Que deberíamos cuidar más del planeta y en especial de nuestros mares es algo que todos sabemos. Pero más allá de las imágenes que podamos ver o de las informaciones que podamos leer, los ejemplos más tontos suelen ser los que nos dan una fotografía más impactante. Una de estas fotografías es los objetos que se han encontrado en los estómagos de tiburones. Vamos allá.
Un asiento de barco: a todos nos ha pasado que vas navegando tranquilamente por el mar, con los cabellos al viento y la brisa y el salitre acariciándote la cara; con tu gorra de capitán y tus gafas Mahoney; con la libertad en la sonrisa y con… ¡Uy, algo se me está clavando en el culo! Este asiento ya no es lo que era. Pues nada, lo arranco y lo tiro por la borda. A todos nos ha pasado…
Una lata de sardinas cerrada: ai, un aperitivo en el mar. ¡Qué romántico! Y ella saca de la cesta los platos, y el mantel, y los cubiertos, y la lata de sardinas. Y a él le sale la vena de macho y le dice “tranquila nena, abrir latas es cosa de hombres”. Y se la coge de las manos con un gesto viril y se dispone a tirar de la anilla, pero se resiste. Se levanta para hacer más fuerza y una ola mueve el bote y la lata sale volando junto a la masculinidad del machito. Un indigesto aperitivo para los escualos.
Neumáticos y matrículas de coche: “Cuando caiga la noche vamos a la carretera que va por encima del acantilado, soltamos el freno de mano y el coche se precipitará 300 metros y parecerá un accidente”. Pero el coche acaba en el mar, destrozado. Pero en los acantilados no hay montañas de coches y eso que muchos guionistas lo han hecho (y debe estar basado en algo)… Otra indigestión.
Un abrigo de pieles: ”Cariño, este abrigo ya no me vale, creo que he cogido unos quilitos”. Por su mente pasa que no son algunos, sino bastantes, pero no dice nada. “Pero me da pena tirarlo y no lo venderé, pensaran que no tenemos dinero”. En su mente ve los números rojos de la tarjeta de crédito, pero no, es solo un bache. “Creo que lo tiraré al mar porque como es de un animal seguro que alimenta a los peces”. Las imágenes del día de su boda horrorizan su pensamiento y empieza a pensar en el feliz día de su próximo divorcio.
Un bulldog inglés con su correa: aquí no haremos comentarios.
Una videocámara: antes de los móviles (para los más jóvenes que lean esto) la gente íba de viaje sin teléfono y con una videocámara para hacer vídeos y una cámara de fotos para hacer fotos. Y no, ninguna era pequeña. Así que cualquier pequeña excursión se convertía en algo similar a las primeras expediciones del gran hombre blanco por la salvaje África. ¿Cómo llegó esa cámara de vídeo al estómago de un tiburón? Pues sería algo así como: “¡mira, un tiburón! Espera que saco la cámara… ¡Mierda! Y encima se la come. Adiós a las imágenes de Torremolinos”. O “¡mira, un tiburón! Espera que saco la cámara… Me parece que se ha disparado el zoom. No, está bien. ¡Joder que cerca está! ¡Eh, devuélveme la cámara!”. Las hipótesis son muchas, pero la estupidez humana siempre ayuda a las buenas historias.
Una botella de vino: un pesquero francés la encontró. La botella no contenia ni un mensaje ni el mapa de un tesoros, sino vino de Madeira i estaba intacta. No sé si se la bebieron, pero si el café más caro del mundo es el que comen y cagan las cabras, quizás esta botella pudo ser algo similar. “Hum… tiene ligeros toques de pescado”, dijo el somelier sorprendido.
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